La ciudad, esa unidad urbana común a todos los seres humanos, juega un interesante papel en sus habitantes; tanto a nivel individual como colectivo. La ciudad tiene un metabolismo extraño. Nace como consecuencia de la agrupación de personas; depende de ellas. Mas, llega un punto, en alguna parte del tiempo, que la dependencia se invierte. La ciudad que nos necesitaba tanto para ser, para existir, se convierte en nuestra única forma de vida; tal como debe haberle pasado alguna vez a las criaturas unicelulares, quedamos condenados a ser parte de la «simbiosis urbana» para sobrevivir. Sentimos que sólo en la urbe podemos realizarnos. Dejar la ciudad se vuelve en una contemporánea versión del ostracismo.
La ciudad no requiere de artistas para nacer, sólo requiere de seres humanos. Sin embargo, aquellas ciudades que se han originado con la intervención de mentes sensibles a la estética son las que logran prevalecer aún más allá de tiempo y de sus habitantes. Versalles, Venecia, la Ciudad Prohibida, Brasilia y Chandigarh son alguno ejemplos de lo expuesto.
No nos equivocamos entonces, cuando afirmamos que la ciudad juega un papel mucho más profundo en nuestras vidas, que el de un simple escenario para la cotidiana dramatización de nuestras vidas. La ciudad nos influye, interactúa con nosotros, nos detiene o nos catapulta a la realización de nuestros sueños. Más que un espacio, la ciudad es un personaje en nuestras vidas.
Como tal, la ciudad siempre mantiene una presencia latente en las artes narrativas, confrontando o apoyando a los personajes de aquellas historias de ficción, que nos ayudan a desintoxicarnos de la mundana realidad. Son en mi opinión el cine y la literatura las expresiones artísticas que mejor reflejan la relación de la ciudad con el ciudadano. En este post, me permitiré divagar sobre el papel que juega la ciudad en la narrativa dinámica sobre la gran pantalla plana, una de las expresiones que más intensamente ha plasmado este papel de las urbes en nuestras vidas.
Es casi un ritual el empezar hablar de la ciudad en el cine, y mencionar a «Metrópolis«, de Fritz Lang. pero ahí no hay nada nuevo que decir. «Metrópolis» es una caricatura profética de la «Megápolis» de hoy (si hubiesen inventado ese término antes, posiblemente la obra de Lang se habría llamado así: «Megápolis»). Rascacielos, congestión y concentración de multitudes. Obviamente, hay mucho de ingenuidad en ella; tal como corresponde a las ingenuas aspiraciones futurísticas de la época.