Lo mismito que el pollo despiezado a base de machetazos que uno se trae de la carnicería para montarse un buen guiso. Así están muchas de las ciudades de hoy en día. No vamos a entrar aquí en quienes juegan aquí el papel del carnicero que da los machetazos, entre otras cosas porque no son pocos.
El caso es que el suelo urbano, especialmente en las periferias de grandes ciudades, está completamente descuartizado. Cada vez más los barrios, sobre todo los nuevos, quedan definidos perimetralmente por grandes infraestructuras urbanas, como autovías o líneas férreas, entre otras. Estas enormes barreras acaban configurando la ciudad como una multiplicación (más bien división) de piezas que muchas veces no tienen demasiado en común las unas con las otras, más allá de compartir este mismo fenómeno. Un barrio A se sitúa en paralelo a otro barrio B, a sólo 30 metros de distancia, pero separado por una autovía que realmente acaba implicando una relación nula entre vecinos. Posiblemente se tenga más contacto con otros núcleos lejanos a los que nos lleva en coche la autovía famosa. Paradójico.
Todo esto se complica aún más por el hecho de que en los proyectos de infraestructuras de este tipo no se le da demasiada importancia a las relaciones de las que estamos hablando, de manera que las posibles pasarelas o túneles que atraviesen la autovía o no se prevén o se construyen de manera poco afortunada.