Siempre que hablamos de vivienda, la reacción inmediata es pensar en ladrillos, ascensor, cocina amueblada, baños alicatados con hidromasaje, 3 dormitorios, cuarto trastero, salón panorámico, piscina comunitaria, plaza de garaje en sótano, y yo no se cuantas cosas más. Que nadie piense que esta es la única alternativa, ya que existen otras opciones sin necesidad de convertirse en un sin techo de los que suelen aparecer con frecuencia en los docudramas televisivos. En efecto, aún hay personas que, impregnadas de una fuerte dosis de independencia y romanticismo, deciden vivir en una embarcación amarrada a puerto.
No hay necesidad de querer imitar a Sonny Crockett (encarnado por el actor Don Johnson) en “Corrupción en Miami” para desear vivir habitualmente en un barco, asumiendo todas las ventajas e inconvenientes que supone elegir una vivienda con tal grado de singularidad.
Tal vez lo primero que hay que recalcar es que un barco que entre dentro del poder adquisitivo de una persona con ingresos medios, es un barco pequeño, lo que implica que vamos a tener que desenvolvernos en un espacio reducido si nos inclinamos por esta decisión. En consecuencia, lo más frecuente es que sólo puedan elegir un barco como vivienda personas solas o, como mucho, parejas. Nada de familias con hijos, suegra, perro, etc. Ello va a conllevar que no vamos a poder almacenar muchas cosas en casa, ni apilar trastos inútiles en un abigarrado trastero. Tendremos que elegir muy bien qué enseres son necesarios y cuales no lo son, a la vez que nos acostumbramos a ser un poco cuidadosos en lo que respecta al orden doméstico. No significa vivir mal, sino sólo alterar un poco nuestros hábitos.