Cuando nos toca pasar por horas bajas o vivir malos tiempos, muchos son los que intentan extraer reflexiones y conclusiones en diferentes sentidos, según las expectativas, objetivos y creencias defendidas por cada cual. El argumento que más se prodiga entre comunicadores, predicadores, gurús de la autoayuda, tertulianos y analistas varios es ese que viene a decirnos que toda crisis encierra una oportunidad, que del infortunio vuelve a surgir la felicidad o esa otra manida cita literaria oriental que nos hablaba de alguien que no debía llorar por perder el sol porque sus lágrimas le impedirían ver las estrellas.
No deseamos cercenar la esperanza de nadie, ni despojar de argumentos a quienes tratan de buscar puntos de partida para la recuperación del sector inmobiliario en nuestro país, aunque tal vez habría que objetar que la frase que mejor encaja en nuestra particular idiosincrasia no es esa de la crisis y de la oportunidad, sino más bien ese viejo refrán que, desde el acervo más popular, viene a enseñarnos aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Tal y como esperábamos desde hace meses, esto es lo que ya está comenzando a ocurrir en nuestro maltrecho mercado inmobiliario.